"Aquellos
aldeanos, que encontraron el solitario cerezo, se atiborraban de sus
excepcionales frutos. Eran unas cerezas granates, lustrosas y enormes. Aquellas
gentes sencillas no solo disfrutaban de tan gratuito alimento, sino que
aprovechaban la enorme sombra y la fortaleza del tronco para descansar.
La sorpresa
surgió cuando se dieron cuenta que aquel enorme frutal florecía y fructificaba
continuamente. No había razón para guardar el secreto. Había cerezas para todos
los que quisieran cogerlas. Así que cada vez fueron más los lugareños que
acudían a alimentarse de aquel asombroso árbol.