Leemos el capítulo 15 de Lucas, que empieza exponiendo el contexto en que se desarrollan
las tres parábolas: la oveja, la moneda y el hijo perdidos. Todos los
publicanos y pecadores se acercaban a él. Los fariseos y letrados critican a
Jesús por esto. Las parábolas son una respuesta de Jesús a esas murmuraciones.
Los fariseos tenían una idea equivocada de Dios. Pensaban acercarse a Él a
través del cumplimiento de la Ley. Tantas veces se nos ha inculcado la
obligación de buscar a Dios por ese camino, que nos quedamos con el culo al
aire cuando el evangelio nos dice que es Él el que nos está buscando siempre.
No se trata aquí de la conversión del pecador, sino de la bondad absoluta de
Dios para con todos.
Los fariseos y letrados (los buenos)
se acercaban a Jesús también, pero para espiarle y condenarle. No podían concebir que
un representante de Dios pudiera mezclarse con los “malditos”. El Dios de Jesús
está radicalmente en contra del sentir de los fariseos. Toda la religiosidad
que nace de esta concepción equivocada de Dios es también equivocada.
Las
parábolas no necesitan explicación alguna, pero exigen implicación, es
decir,que nos dejemos empapar por su mensaje. El dios que nos hemos fabricado a
nuestra imagen y semejanza tiene que saltar por los aires. Atreverse a romper
una y otra vez el ídolo es la tarea más complicada de toda religión, porque ese
ídolo es fruto de nuestros intereses egoístas que pretenden manipular a la
divinidad. El Dios de Jesús se identifica con cada una de sus criaturas
haciéndolas participes de todo lo que él es. No somos nosotros los que tenemos
que “convertirnos” a Dios, porque Él está siempre vuelto hacia cada uno de
nosotros. No puede esperar nada de nosotros, pero nosotros, todo lo recibimos
de Él.
Las
tres parábolas que hemos leído, van en la misma dirección. No sólo nos invitan
a la confianza en un Dios que nos busca con amor sino que trastocan
radicalmente la idea de Dios, la idea de pecador y la idea de justo. Después de veinte siglos, seguimos teniendo la misma dificultad a la hora de
cambiar nuestro concepto de Dios. Seguimos pensándolo como el que premia y
castiga.
Hoy
podemos apuntar a Dios con mucha más precisión que lo que fueron capaces de
expresar los evangelios, porque tenemos mejor conocimiento del hombre y del
mundo. Hoy sabemos que Dios no es un ser, ni siquiera el más sublime de todos
los seres. Lo que Dios es, lo ha dejado plasmado en cada una de sus criaturas.
Dios no puede ser aislado de la creación. No es ni cada criatura ni el conjunto
de lo creado; pero tampoco es algo al margen, que se encuentra en alguna parte
fuera de la creación. El concepto de creación que hemos manejado hasta la fecha
debemos superarlo. Dios no “hizo” el mundo en un momento determinado. La
creación es la manifestación de Dios que no exige un principio temporal.
El Dios
de Jesús es don absoluto y total. No un don como posibilidad, sino un don efectivo
y ya realizado, porque es la base y fundamento de todo lo que somos. Al decir
que es Amor (ágape) estamos diciendo que ya se ha dado totalmente, y que no le
queda nada por dar. Jesús no vino a salvar, sino a decirnos que estamos
salvados. Un lenguaje sobre Dios que suponga expectativas sobre lo que Dios
puede darme o no darme, no tiene sentido.
Si
somos capaces de entrar en esta comprensión de Dios, cambiará también nuestra
idea de “buenos” y “malos”. La actitud de Dios no puede ser diferente para cada
uno de nosotros, porque es anterior a lo que cada uno es o pueda llegar a ser.
El Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, es una aberración
incompatible que el espíritu de Jesús. Dios no nos ama porque somos buenos, al
contrario, somos “buenos” porque hemos descubierto lo que hay de Dios (Amor) en
nosotros. Somos “malos” porque no hemos descubierto a Dios.
Alguno
puede pensar que aceptar la misericordia de Dios, invita a escapar de la
responsabilidad personal. Si Dios me va a amar lo mismo siendo bueno que siendo
malo, no merece la pena esforzarse. Esta reflexión, muy corriente entre
nosotros, indica que no hemos entendido nada del evangelio. Nada más contrario
a la predicación de Jesús. La misericordia de Dios es gratuita, eterna e
infinita, pero no puede afectarme hasta que yo no la acepte y la haga mía.
Creer que puedo acogerme a la misericordia sin responder a su búsqueda, es
entender la relación con Dios de una manera mecánica, jurídica y externa. Al
contrario, la actitud de Dios para conmigo tiene que ser el motor de cambio en
mí.
La
máxima expresión de misericordia es el perdón. Entender el perdón de Dios,
tiene una dificultad casi insuperable, porque nos empeñamos en proyectar sobre
Dios nuestra propia manera de perdonar. Nuestro perdón es una reacción a la
ofensa del otro. En cambio, el perdón de Dios es anterior al pecado. Dios es
solo amor, pero nosotros lo descubrimos como perdón cuando nos sentimos
perdonados, por eso para nosotros está siempre unida al pecado. Para aclararnos
un poco, vamos a examinar dos conceptos: cómo podemos entender el perdón de
Dios, y cómo podemos entender el pecado.
Dios
sólo puede amar. Decimos que Dios ama porque Él es amor, no porque las cosas o
las personas sean amables. Dios no ama las cosas porque son buenas, sino que
las cosas son buenas porque Dios las ama. El perdón en Dios significa que su
amor no acaba cuando nosotros fallamos, como pasa entre los hombres. Si
nosotros amamos unas criaturas y no otras, se debe a nuestra ceguera, a nuestra
ignorancia. Ahora comprenderéis lo equívoco de nuestro lenguaje sobre Dios
cuando hablamos de su perdón como un acto.
Tenemos
que cambiar el concepto de pecado como ofensa a Dios. Es ridículo pensar que
podamos ofender a Dios. La incapacidad de los cristianos para aceptar a los
“malos”, se debe a nuestro concepto de pecado. Lo identificamos con la persona
misma y no somos capaces de descubrir que la persona es una cosa y su postura y
sus acciones otra muy distinta. El pecado es siempre fruto de la ignorancia.
Para que la voluntad se incline hacia un objeto, tiene que presentarlo el
entendimiento como bueno. Claro que el entendimiento puede ver una cosa como
buena, siendo en realidad mala. Esta es la causa de nuestros fallos. Por eso,
para superar una actitud de pecado, no debemos apelar a la voluntad, sino al
entendimiento.
Si las
reflexiones que acabamos de hacer, son ciertas, ¿de qué sirve la confesión?. Mal
utilizada, para nada. Pero si la sabemos utilizar, es uno de los hallazgos más
interesantes de los dos mil años de cristianismo, porque responde a una
necesidad humana. Somos nosotros, no Dios, quienes necesitamos de la confesión
como señal de su perdón. La confesión no es para que Dios nos perdone, sino
para que nosotros descubramos el mal que hemos hecho y aceptemos el amor de
Dios que llega a nosotros sin merecerlo.
PARA AMPLIAR:
PARA NUESTRA REFLEXIÓN:
- ¿Qué pensamos de esas expresiones que alguna vez hemos oído de niños: "No hagas eso porque si no Dios te castigará", "¿Ves?, eso te pasó por malo, ¡ya te castigó Dios!"?.
- ¿Qué imagen de Dios nos transmiten esas expresiones?. ¿Cómo influyen en nuestra forma de entender a Dios si nos quedamos en eso?.
- De acuerdo con lo que el artículo y los enlaces para ampliar nos han expuesto ¿quién y cómo es Dios?, ¿quién y cómo nos demostró cómo es Dios realmente?.
- ¿Qué prácticas y actitudes ha de producir en nosotros el descubrir en Dios alguien que nos ama de manera incondicional, alguien que no se olvida de nosotros ni siquiera cuando nosotros nos hayamos olvidado de Él?.