"El juzgar incluye primero
escuchar y conocer al juzgado".
Benjamín Forcano
(- La Tribuna -
http://www.cuartopoder.es/tribuna/el-juzgar-incluye-primero-escuchar-y-conocer-al-juzgado/4202 )
24 – Marzo - 2013
Comienzo
por reconocer que yo mismo me he puesto en autoexamen para no caer en la
pretensión de diseñar la personalidad del
nuevo Papa a imagen y semejanza de mis querencias, fobias o prejuicios. Tras leer más de 35 artículos, veo que a todos nos coge un
poco la manía de sentenciar y definir.
Lo confirman la variedad y aún disparidad de los muchos comentarios. Uno deduce que alguien habla desde la ignorancia y prejuicio, pues no es posible que cosas tan contradictorias quepan en una misma persona.
Lo confirman la variedad y aún disparidad de los muchos comentarios. Uno deduce que alguien habla desde la ignorancia y prejuicio, pues no es posible que cosas tan contradictorias quepan en una misma persona.
No
me propongo escribir ni decir nada nuevo, que no haya sido dicho ya, sobre este
“jesuita franciscano”, nacido en 1936 en Argentina, de padre y madre italianos,
novicio de la Compañía de Jesús en 1958,
antes estudiante de química y que ya había perdido un pulmón, sacerdote a los
32 años, provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, Arzobispo, Presidente
de la Conferencia Episcopal Argentina y,
finalmente, Cardenal.
Sus
76 años hablan de su larga trayectoria en la sociedad y en la Iglesia. Y
leyendo unas reflexiones suyas (25
páginas, del 2002), sobre el quehacer
nacional de Argentina “A partir de Martín Fierro” advierto con qué
solidez domina la historia, la política, la ética y la originalidad del mensaje
de Jesús de Nazaret. Y adivino que no llega a la silla de Pedro desconociendo
la responsabilidad inmensa que le viene encima, pues lleva muy adentro la
evolución y avatares de esa gran realidad eclesial e institucional que es la Iglesia
católica, trajinada muy desde el
principio por el mensaje profético y transformador del Nazareno y al
mismo tiempo por los intereses de los poderosos y políticos que disputarán relacionarla y
dominarla con miras muy opuestas a las del Nazareno.
En
esa arena histórica, avanzará siempre la
realidad de la Iglesia, una realidad impura y dialéctica, conflictiva y
fiel, si es que quiere incidir y obrar sobre ella como fermento que moldee
conciencias y conductas bajo la
inspiración del Evangelio. El Concilio Vaticano II y su inspirador
el Papa Juan XXIII abrieron caminos para
una reforma profunda de la Iglesia, pero
los Papas posteriores (Juan Pablo II y
Benedicto XVI) más que acometer esa reforma la estancaron y consolidaron
volviendo al pasado. A pesar de eso, como en todas las épocas, la Iglesia no
careció de la vitalidad que absorbía del Evangelio y de la nube de sus
testigos, y que la enriquecía con el florecer vigoroso de una nueva cristología y eclesiología y, en
paralelo, con una nueva teología,
pastoral y moral. La espiritualidad samaritana
del Vaticano II, como la denominó Pablo VI, siguió adelante por más que
desde algunas instancias oficiales se la intentara frenar y desactivar. Convendría no olvidar esto: en las entrañas de
la Iglesia, y en niveles singulares de la jerarquía, por más condicionamientos negativos que
operen, son miles y millones los seguidores de Jesús que con libertad y
entrega sostienen la validez y
credibilidad de la Iglesia.
Mucho
camino ha recorrido la Iglesia desde que en el siglo IV el obispo Eusebio de
Cesárea crease la figura de Pedro-Papa.
Ciertamente, el papado no es de origen cristiano ni hay nada en el Evangelio
que lo fundamente. Existían en los primeros siglos las grandes metrópolis de
Constantinopla, Roma, Antioquía y Alejandría, cada una con su obispo, en
igualdad de funciones y poder. Eran
obispos o patriarcas y se les llamaba popularmente popes = padres en señal de respeto
y estima. Luego, fue Roma la que se apropió del título de Papa por obra del obispo Eusebio de Cesárea,
todo evolucionó y acabó dando al Papado figura
de una Monarquía la más absoluta, en tiempos de la reforma de Gregorio
VII.
Francisco
I sabe que el reto primero y más difícil que tiene es éste: cambiar la estructura actual del gobierno de
la curia, ponerla al día democráticamente
con la participación universal del pueblo de Dios, y en un primer plano,
con la colegialidad corresponsable de todos
los obispos. Sin ella en primer lugar, no serán posibles otros muchos cambios y reformas.
Sobre
este punto, analizando lo hecho por Jorge Mario Virgilio en los diversos
momentos y ámbitos de su vida, se abren muchos resquicios de luz y esperanza.
Francisco I es sencillo, austero y tierno, disciplinado, muy popular, reacio a
todo lujo y ostentación, no le resulta
indiferente la desigualdad y la injusticia, las miserias y depredaciones del
neoliberalismo globalizado en el Primero y en el Tercer mundo. De todo ello es
testigo contemporáneo, muy cercano, y de
ello ha escrito y se ha pronunciado con
energía a favor de los más pobres.
Y eso le ha provocado en ocasiones malquerencias y duras críticas. Una de ellas
la de que, -no salgo de mi asombro-, habría sido elegido como papa del Tercer Mundo en compenetración con el poder dominante del
Norte, para combatir el resurgir de la
nueva política de nuestra América, la Patria Grande. ¡Así de simple! Los cardenales electores,
habrían sido persuadidos y preparados desde fuera, con la labor sutil de representantes políticos de la troika europea,
otros de Estados Unidos y no sé de quién más, para esta votación de subordinación al gran
capital. Algo parecido de lo que habría ocurrido
con Juan Pablo II, que habría sido elegido para combatir el comunismo. ¿Desde dónde
y con qué intenciones se hacen estas lecturas del Papado y de la vida
del nuevo Papa Francisco I?.
Como he advertido, no voy a escribir
nada nuevo que no se haya dicho ya.
Pero entre todos los escritos, encuentro
persistente un aspecto, que pretende dejar a Francisco I malparado y hasta condenado sin apelación: su
apoyo a la dictadura argentina y su
complicidad en el secuestro de dos
jesuitas que dependían de él. No los habría defendido o los habría
abandonado al terrorismo del Estado haciéndose partícipe de su secuestro y
sufrimientos.
Es
de esto que voy a hablar casi
exclusivamente. Por lógica no podía
conformarme con lo que de una manera uniforme, pero incomprobada, se decía en
los medios. Eran pocos los
testimonios o fuentes que se aducían, pero me llamó la atención el silencio que
el cardenal Bergoglio guardaba sobre
esto. Pero, no estaba yo en lo cierto, el silencio no era tal, pues en el año 2010, el cardenal habló claro sobre estos puntos. Lo hizo a los periodistas
Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti, en
un libro de 192 páginas (editorial
Vergara, Argentina) titulado: “EL JESUITA, Conversaciones
con el cardenal Jorge Bergoglio, sj”. En el libro, 13 de sus páginas llenan
el capítulo 14: “La noche oscura que
vivió la Argentina”. Páginas que casi nadie cita con detalle y de las que yo
me voy a hacer eco preciso.
Han
circulado bastantes testimonios que aseguran que el cardenal estaba libre de toda
complicidad. Cito, por ejemplo, el de Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la
Paz: “Es indiscutible que hubo
complicidades de buena parte de la jerarquía eclesial en el genocidio perpetrado contra el pueblo
argentino...No considero que Jorge Bergoglio haya sido cómplice de la
dictadura, pero creo que le faltó coraje
para acompañar nuestra lucha por los derechos humanos en los momentos más
difíciles”. Otro testimonio es el de Álvaro Restrepo, exprovincial jesuita y maestro de novicios que ha hecho pública
unas carta, que le escribe Orlando, unos de los jesuitas secuestrados: “El nos
trató bien y si estamos vivos es por él”.
Me
aferré al capítulo 14 del libro citado y
no lo dejé hasta que entresaqué, casi literalmente, todo lo que el cardenal
dice: su visión, actitud y respuestas en tiempo de la dictadura. En asunto como
éste, era primordial contar con las palabras directas de quien era cuestionado.
Como actor de lo sucedido, nadie como él tiene experiencia, autoridad y versión
directas.
Esta es la versión del cardenal
Bergoglio:
- “Durante la dictadura, -yo tenía entonces 37 años y
mis relaciones eran escasas para poder abogar por personas secuestradas- ,
escondí en el colegio Máximo de la Compañía, donde yo residía, a varias personas. En el mismo colegio cobijé
a tres seminaristas de la diócesis del
obispo Enrique Angelleli, cuando ya él había sido asesinado. Uno de estos
seminaristas le comentó al obispo
Maletti que en el colegio había personas
“para hacer ejercicios espirituales de 20 días”, pero que en realidad
aquello no era sino una pantalla para esconder a gente.
- Por Foz de Iguazú saqué a un joven con parecido a mí. Le presté mi cédula de
identidad y, vestido con clergyman,
salió y pude salvarlo.
-Intenté por dos veces conversar con el general
Videla. Procuré averiguar quién era el capellán que le oficiaba la Misa y me le ofrecí para sustituirle, todo
con el fin de poder conocer el paradero de curas detenidos. Sólo una vez pude acudir a una base aeronáutica para
averiguar la muerte de un muchacho.
- En una reunión, Esther Balestrino me trajo una
señora que fue jefa mía en el laboratorio. Esta mujer, que me enseñó mucho de
política, era viuda y tenía dos hijos
casados, de militancia comunista, que fueron secuestrados. Nunca
olvidaré cómo lloraba aquella mujer. Hice algunas averiguaciones que no me llevaron a ninguna parte. Con
frecuencia, me reprocho no haber hecho lo suficiente. Fue luego secuestrada y
asesinada.
- En otra ocasión, pude interceder por un joven
catequista secuestrado. Me moví, hice averiguaciones y supe luego que el
muchacho, no sé si por causa de mis influencias, fue liberado.
- Sobre el secuestro
de los sacerdotes jesuitas Yorio y Yalics, puedo decir que por aquel
entonces ellos estaban preparando una
nueva congregación. Tengo una copia de lo que era ese proyecto. El Padre
Arrupe, superior general de los jesuitas,
les comunicó que debían dejar la comunidad en que vivían y que debían
elegir entre la comunidad o la Compañía de Jesús. Persistieron en su proyecto y
el grupo se disolvió, no por decisión
mía. Al padre Jalics no se le podía aceptar la dimisión, porque tenía profesión
solemne y solamente el papa podía atender esa solicitud. El 19 de marzo de
1976, cinco días antes del derrocamiento
de Isabel Perón, al padre Yorio y a otro llamado Luis Dourron, que convivía con ellos, les
dije que tuvieran mucho cuidado, les
ofrecí para mayor seguridad que viniesen
a la casa provincial de la Compañía.
Estos
padres corrían peligro por desempeñar su labor en el Barrio de Rivadavia del
Bajo Flores. Nunca creí que estuvieran involucrados en “actividades subversivas”. Pero estaban
expuestos a la paranoia de caza de
brujas. Yorio y Jalics siguieron, por iniciativa propia, en el Barrio y allí
fueron secuestrados durante un
rastrillaje. El Padre Dourron no estaba
allí en ese momento y pudo escapar del lugar
huyendo por la calle Varela. Afortunadamente, no tardaron en ser
liberados, porque no se les pudo acusar de nada y porque nos movimos como
locos. La misma noche de su secuestro yo comencé a moverme todo lo que pude. Y
las dos únicas veces que estuve con Videla y con Masera fue por el secuestro de
ellos.
- De modo que allá en su conciencia con quienes sostengan que yo les acusé de
subversivos o les perseguí por progresistas. Mi actitud con ellos fue la que he
dicho. Con toda sinceridad: ni los eché de la Compañía ni quedaron
desprotegidos.
- A los dos años de esto y ya en el extranjero,
Jalics, nacido en Hungría, pero ciudadanos argentinos con pasaporte
argentino, me escribió para que le gestionara la renovación del
pasaporte, pues tenía temor fundado de
que si volvía a Argentina, podría ser detenido. Escribí a las autoridades
argentinas una carta, que les entregué en mano, para que instruyeran a las de
Bon. El funcionario de entonces me preguntó cuáles fueron las circunstancias que precipitaron la salida de Jalics. Le respondí: “A él y a su compañero lo acusaron de guerrillero y no tenían nada
que ver”. No aceptaron la petición. Quien me denunció por esto
ha dicho que él revisó el archivo de la secretaría de Culto de Argentina, pero el papelito en
que él dice haber leído que yo le dije al
funcionario que eran guerrilleros ponía también
“que ellos no tenían nada ver con
eso”. Y él lo omitió. Y omitió que
en mi carta yo dije al funcionario “que ponía la cara por Jalics y hacía
la petición”.
- Se me atribuye haber promovido y propiciado que la
universidad del Salvador entregara un doctorado
honoris causa al almirante Masera. Creo que fue un profesorado, no un
doctorado. Pero, yo no promoví para nada
ese profesorado. Se me invitó al acto y
no fui. Y enterado de que un grupo había politizado la Universidad, con mi
autoridad de sacerdote fui a una reunión de la Asociación Civil y les pedí que se fueran. Y, encima, hay
quien me vincula con ese grupo político.
- Considero que éste - cuando a uno le imputan
injustamente- es un juego en el que no debo entrar. Lo entendí
así en una sinagoga, mientras participaba
en una ceremonia: Recé mucho y, mientras
lo hacía, escuché un verso de los textos sapienciales: “Señor, que en la burla
sepa mantener el silencio”. Lo que me dio mucha paz y alegría”.
Fdo.: Benjamín Forcano
Co
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