domingo, 8 de abril de 2012

Sentido de la Semana Santa

                             "DÓNDE Y CÓMO RENOVAR"
                                          - Benjamín Forcano, sacerdote y teólogo –
Preliminares.
No deja de resultar paradójico que, después de celebrar  la Semana Santa año tras año, y desde nuestra niñez, nos preguntemos  ahora cuál es el sentido de ella. Es verdad que tenemos una experiencia de la Semana Santa, bien porque la hemos vivido en nuestro pueblo o ciudad o hemos viajado para presenciarla en otras ciudades, o la hemos contemplado por televisión   y hasta muy probable que hayamos participado directamente en su preparativo, ceremonias, procesiones, etc.
Sin embargo, hay más que razones para hacerse algunas preguntas. ¿Qué es para ti la Semana Santa?. ¿En qué medida la Semana Santa influye en tu vida y con qué consecuencias?. ¿O es un acontecimiento que sirve para unos días de piedad, de recogimiento, de memoria de ciertos hechos históricos y que, con ocasión de ello, nos programemos unos días de  descanso, consumo y vacaciones?. ¿Qué queda de la Semana Santa?.  ¿Seguimos tal cual o la renovamos?.
Yo creo que necesitamos recuperar el sentido original de la Semana Santa y ver luego cómo lo vivimos en una sociedad como la nuestra, industrializada, científica, tecnológica, secularizada y semiatea. ¿Cómo se sitúan, y se sienten, los jóvenes de hoy ante la Semana Santa?
Estamos viviendo una innegable y grave crisis religiosa.  En pocos años,  situaciones que antes se vivían religiosamente, ahora se las ladea como impropias de nuestro tiempo. Normas, ritos y costumbres religiosas, que se aceptaban con normalidad, han caído en desuso. Parece como si hubiéramos despertado de un sueño: la religión no la necesitamos, se puede vivir bien sin ella, incluso se puede vivir con mayor libertad, sin ninguna culpabilidad, sin que la eches a faltar para  lograr tu felicidad.
 Sin embargo, hay momentos como el de la Semana Santa en que la religiosidad aflora, se siente popularmente, afecta a personas, familias y grupos enteros. Entonces, ¿qué relación tiene todo eso con la grave crisis  que estamos padeciendo.
 Ha habido, indiscutiblemente, un gran cambio. Pero, ¿ese cambio a qué se refiere?. ¿A la religión, o a unas formas de religiosidad que se consideran  anticuadas, incluso contradictorias con nuestra manera de vivir hoy, desde una mayor autonomía, racionalidad y libertad?.
Es un hecho que  andamos sumergidos en la modernidad, que nos ha  traído cosas importantes: el advenimiento de la razón  con la mayoría de edad del ser humano, la marginación de la religión con la consiguiente indiferencia y ateísmo, y la incompatibilidad sostenida por muchos de querer unir religión con ciencia y racionalidad, con libertad y  progreso.
 Un enredo fantástico, devastador, pero que en gran parte considero necesario, originado por no pocas patologías de la religión y que puede ayudarnos a superar erróneos o insuficientes planteamientos del pasado y  avanzar hacia otros  más positivos y equilibrados.

2. Mi objetivo.
         Es muy claro y lo voy a concretar en dos  cosas elementales: presentar el sentido original de la pasión y muerte de Jesús y ver en qué medida respetamos y vivimos ese sentido original.
La muerte violenta de Jesús, su crucifixión, es una consecuencia de su modo de vivir. Lo importante en ella son las causas por las que hubo de afrontarla  y los responsables de ella que, bajo capa de piedad y respeto a la ley, decidieron eliminarlo. ¿Quiénes y por qué mataron a Jesús?. ¿Quiénes y por qué siguen matándolo hoy?.
Son esclarecedoras las palabras del teólogo E. Schillebeeckx: “La muerte de Jesús en cruz es la consecuencia de una vida en servicio radical a la justicia y al amor; secuela de la opción por los pobres y desheredados; de la opción por su pueblo, que sufría explotación y extorsión. En este mundo, toda salida a favor de la justicia y del amor es arriesgar la vida”.
Nuestra sociedad sigue reproduciendo, en grado y condiciones diversas, la misa  trama que en tiempo de Jesús y que hoy lo llevaría de nuevo a ser crucificado. Seguimos con el mismo dilema: o apuntarnos a los que creen que este mundo está destinado para la injusticia o de quienes creen que está hecho para vivir en fraternidad universal y, en consecuencia, para una convivencia solidaria, que nos haga vivir en paz y felicidad.
En este sentido, la ”derrota” de Jesús, celebrada por sus enemigos, se convirtió paradójicamente en victoria para cada uno de los humanos y de la humanidad entera. La vida, muerte y resurrección de Jesús alumbran con luz inédita el destino de la humanidad, señala que la vida de todos, pero especialmente de los desheredados y desechados, no quedan perdidas para siempre.

3.Significación de la Cuaresma.
 La vida entera es una Cuaresma y es también una Pascua.  Pero eso, no quita para que acotemos un tiempo especial para la Cuaresma y otro para la Pascua. Es cuestión de pedagogía y de ver cómo asimilamos gradualmente una cosa y otra.  
La Cuaresma significa tiempo de camino, de maduración y, por tanto,  de trabajo, de dificultades, de fallos, de rectificación.  Entrar en Cuaresma o “estar en cuarentena” es este tiempo de prueba, por el que pasamos todos. Un tiempo de alerta, de  esfuerzo y paciencia, de conversión y  de enmienda. Todo como preparación para la fase posterior: la Pascua.
Pero la Cuaresma cristiana ha revestido en su desarrollo histórico un carácter especial de renuncia y sacrificios, de ayunos y abstinencias, de privaciones, de cilicios y mortificaciones y creo que, en buena parte, este aspecto es todavía dominante en una teología y espiritualidad de la piedad común y  popular.   
La enseñanza de Jesús, a este respecto, es original y novedosa.
Jesús no aborda directamente este asunto, más bien alude a él cuando le  preguntan quienes lo consideran un heterodoxo, que se aparta de la Ley. En su respuesta es terminante. Lo hace con ocasión de algunas  preguntas que le hacen sus enemigos:
- ¿Por qué tus discípulos, a diferencia  de los de Juan, de los nuestros y  de nosotros mismos, no ayunan? (Mr  2,18-22, Lc 5, 33-39).
- ¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras, es decir, sin lavárselas antes,  como manda  la tradición de los mayores? (Mr 7, 1-23).
         Superacertada la  respuesta de Jesús:  ¿Es que pueden ayunar los amigos del novio mientras duran las bodas?. ¿Es que se puede romper un vestido nuevo para remendar uno viejo?. ¿Es que se puede anteponer el precepto de los hombres a la ley de Dios, aprobándolo como  superior y celebrándolo con el culto?. ¿Pero no entendéis que lo que mancha al hombre no es la comida que toma o deja de tomar, sino lo que sale de su corazón: las intenciones y deseos malvados, que son  raíz de todas las acciones malas?”.

4. Domingo de Ramos.
          Todos recordamos la entrada popular de Jesús en Jerusalén. La gente en poco tiempo lo había conocido, estaba entusiasmada, disfrutaba escuchándole y al verlo camino de Jerusalén se le fue sumando y coreaban: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!. Bendito el reinado que llega, el de nuestro padre David. ¡Viva! ¡Viva!.
           Jesús iba esos días a Jerusalén, la capital, donde los judíos se preparaban para celebrar la Pascua (conmemoración anual de su liberación, el logro de la tierra prometida). Todo estaba en ebullición, la política sobre todo, pues llevaban más de 25 años bajo el poder romano y la afluencia de más 125.000 peregrinos calentaba el ambiente y lo hacía propicio para movilizaciones y levantamientos. 
         Jesús llegaba a Jerusalén por el camino de Betania, hasta alcanzar  la altura del monte de los olivos. Y, desde ella, contemplaba directamente las murallas y el templo.
          El evangelista Marcos recoge con fuerza el conflicto  que ya para esos días se traían las autoridades con Jesús. Él buscaba proclamar lo que era el centro de su vida: el Reino de Dios, la Buena Noticia de un Dios misericordia y amor que nos quiere a todos unidos como hermanos, por encima de todas la leyes y barreras humanas inventadas. Y lo iba a hacer en la capital, en medio del templo, ante las autoridades.
-“Entró en Jerusalén y se fue derecho al templo, y aunque era tarde , dio un vistazo a todo alrededor”. (Mc, 11, 11).
-  Llegado al templo, se puso a echar a los que vendían y compraban allí. Y se puso a enseñar: ¿Pero, mi casa no será casa de oración para todos los pueblos? Pues vosotros la tenéis convertida  en una cueva de bandidos. Los sumos sacerdotes  y los letrados se enteraron y buscaban la manera de acabar con él”.(Mc 11,15-18).
- Mientras Jesús paseaba por el templo se le acercaron los sumos sacerdotes , los letrados y lo senadores y le preguntaron: ¿Con qué autoridad actúas así? ¿Quién te ha dado la autoridad  para actuar así?. (Mc 11,27-28).  
– “Y Jesús les siguió hablando en parábolas. Estaban deseando echarle mano, porque se dieron cuenta  de que la parábola iba por ellos; pero tuvieron miedo de la gente, y dejándolo allí, se marcharon”- (Mc 12,1-12).
-“Jesús notando el fingimiento de los fariseos y partidarios de Herodes, les dijo: ¿Por qué intentáis comprometerme? Lo que es del Cesar devolvédselo al Cesar, y lo que es de Dios a Dios. Y lo dejó atónitos”. ( Mc 12, 13-17).
– “¡Cuidado con los letrados! Esos que gustan de pasearse con sus holapandas y de las reverencias de la calle, de los asientos de honor en las sinagogas y de los primeros puestos  en los banquetes, esos que se comen los bienes de las viudas  con pretexto de largos rezos. Estos tales recibirán una sentencia severísima”. (Mc 12, 38-40).
– “Faltaban dos días para la Pascua y los Azimos. Los sumos sacerdotes y los letrados andaban buscando una manera de darle muerte prendiéndolo a traición, porque decían: Durante las fiestas, no, no vaya a haber un tumulto en el pueblo.” (Mc 14, 1-2).   

5.La gran novedad de Jesús.
         Ni el poder Roma ni las autoridades del Templo iban a soportar la novedad de Jesús.  NOVEDAD:          
  • Por su manera sincera, coherente y libre de pensar y actuar. 
  • Por su manera de entender y vivir a Dios. 
  • Por colocar en el centro de su vida y predicación el Reino de Dios y no la ley del imperio de Tiberio ni la del Templo de Jerusalén. 
  • Por unir en uno solo el amor a Dios y al prójimo. 
  • Por identificarse con las víctimas del imperio y los olvidados por la religión del Templo. 
  • Por atreverse a proclamar que con él, como crucificado, estaba Dios y lo está en todos los crucificados de la historia. 
  • Por la relativización a que sometía la ley del Sábado y las demás tradiciones religiosas. 
  • Por maldecir la separación que se hace de Dios del sufrimiento de los inocentes y del vivir religiosamente al margen de su sufrimiento. Nuestras “sociedad del bienestar” no puede ignorar a esa otra “Sociedad del malestar”. 
         Doble era la novedad de Jesús: su vida y la imagen de Dios que enseñaba.

6. La novedad de Jesús olvidada y desfigurada.
        Llevamos siglos con el anuncio del Evangelio y siglos diciendo que somos los seguidores del Nazareno. Pero, la crisis actual, global y religiosa, llega a poner en duda de que estemos anunciando de verdad el Evangelio. Nuestra vida está saturada de creencias y de ritos, repetidos una y otra vez, en uno y otro lugar, por miles y miles de dirigentes eclesiásticos y nuestras vidas no parece que se sientan interpeladas por ellos, no cambian y siguen dócilmente las consignas de la nueva religión neoliberal: trabajar, consumir, medrar y disfrutar con la mayor ganancia posible, sin apenas preocuparse por las desigualdades e injusticias entre unos y otros.
      Y, en medio de ese frenesí competitivo y consumista, recurrimos alguna que otra vez a un  Dios que dista mil leguas del Dios revelado por Jesús. Lo dice el Vaticano II:
                    Los hay que se representan a Dios de tal forma que la fantasía que rechazan no es, de ningún modo, el Dios del Evangelio” (GS, 19).
     Pero, lo más sorprendente es que, pese a esta constatación de una religiosidad de poca formación y escasamente personal, que se centra en determinados momentos y actos de la vida (bautismo, primera comunión bodas, funeral, fiestas de  patronos, procesiones, con misas  y más misas,  etc. ) el clero sigue validando la religión cristiana tal como está y, en todo caso, la crisis la atribuiría a  causas ajenas a la forma  institucionalizada  que se ofrece y sin que se cuestionen la necesidad  de renovarla.
     Es inmenso el campo. Pero habríamos de incidir, para demostrar la urgencia de cuanto digo, en un punto que constituye el centro de la vida litúrgica y del que venimos dependiendo enormemente,  sin que se perciban  indicios de un posible cambio: la Misa o la Cena del Señor.
      La Eucaristía es el sacramento que nos acompaña en muchos actos de la vida, pero de una manera tan ritualista, tan  estereotipada y uniforme, tan  idéntica para todas las gentes y lugares, que  resulta difícil que se cumpla lo que dice el Vaticano II que “los pastores deben vigilar para que los fieles  participen en la acción litúrgica consciente, activa y fructuosamente” (SC, 11) y que la reforma litúrgica asegure una “plena y activa participación de todo el pueblo” (Idem,14) y se haga teniendo en cuenta que en ella hay partes sujetas a cambio, que en el decurso del tiempo pueden  y aun deben variar” (Idem, 21) pues la “la Iglesia no pretende  imponer una rígida uniformidad ni siquiera en la Liturgia, sino que más bien respeta y promueve el genio y las cualidades  de las distintas razas y pueblos”(Idem, 37) .
     Una liturgia uniforme y repetitiva lleva a la monotonía y a perder atractivo y vitalidad, resulta casi muerte, por limitarse a  recitar siempre lo mismo, sin acento personal y sin participación creativa de la comunidad. La liturgia es expresión de la vida de la Iglesia y de las comunidades, quienes son protagonistas de la misma. Nada más inadecuado que pretender reglamentarla minuciosamente desde unas oficinas alejadas de la vida, inhibiendo todo intento de imaginación y creatividad comunitaria.
     Me resultan acertadísímas sobre este punto las palabras del teólogo José Antonio Pagola:
       La crisis de la misa es, probablemente, el símbolo más expresivo de la crisis que se está viviendo en el cristianismo actual. Cada vez aparece con más evidencia  que el cumplimiento fiel del ritual de la eucaristía, tal como ha quedado configurado a lo largo de los siglos, es insuficiente para alimentar el contacto vital con Cristo que necesita hoy la Iglesia.
        El alejamiento silencioso de tantos cristianos que abandonan la misa dominical, la ausencia generalizada de los jóvenes, incapaces de entender y gustar la celebración, las quejas y demandas de quienes siguen asistiendo con fidelidad  ejemplar, nos están gritando a todos que la Iglesia necesita en el centro mismo de sus comunidades una experiencia sacramental mucho más viva y sentida. Sin embargo, nadie parece sentirse responsable de lo que está ocurriendo.
        Somos víctimas de la inercia, la cobardía o la pereza. Un día, quizás no tan lejano, una iglesia más frágil y pobre, pero con más capacidad de renovación, emprenderá  la transformación del ritual de la eucaristía, y la jerarquía asumirá su responsabilidad apostólica para tomar decisiones que hoy no nos atrevemos a plantear”.
            Por lo menos, es tiempo de cuestionarnos  sobre el ritual cotidiano de la Misa. Y a ello nos lleva este sencillo razonamiento:
  1. Sin Jesús no hay cristianismo, ni Iglesia ni Misa que valga.
  2. Quien conoce medianamente a Jesús, sea creyente o no, le reserva un tributo alto de admiración y enaltecimiento. 
  3. Luego, la crisis, no afectaría propiamente a Jesús, sino a la Iglesia que dice continuarlo y a prácticas que afirman serle esenciales, como es en primer lugar la Misa tal como se presenta y vive en no pocos lugares.
  4. Por Tanto, el alejamiento y abandono o indiferencia se debería a la forma de presentar la Misa y no a la vida y enseñanza de Jesús.
7.  Presentar la Eucaristía como un sacrificio contradice la imagen de Dios enseñada por Jesús.
Cuando murió el Papa Juan Pablo II, me preguntaba yo y se lo preguntaba a millones de católicos "por qué tanta misa y qué es lo que intentaban con aquel sin fín de misas celebradas en plazas y templos de toda la cristiandad". Fueron horas y horas, en un desfile interminable. Los que nos miraban desde fuera, no sé qué pensarían, pero yo no dejaba de sentirme perplejo: ¿Qué sentido tiene pedir a Dios por el Papa con tantas misas y  misas?.
Un año, el día 4 de marzo, primer viernes de del mes, pude comprobar la afluencia masiva de madrileños para expresar su devoción al Cristo de Medinaceli. El guardián de la basílica me confirmó que en 24 horas habían pasado medio millón de devotos y habían llegado 53 peregrinaciones de fuera de Madrid. Y en ese tiempo, se habían se habían tenido 35 misas seguidas, una tras otra. El ambiente era de circulación continua: rezos y cantos, inclinaciones y gestos, salidas y entradas mientras seguía el mecánico y aligerado desenvolvimiento de las misas. Rezar, rezar y… más rezar, y con el rito apenas interrumpido de 35 misas.
Creo que es importante analizar este fenómeno. Sin más intención que la de comprender, explicar, ajustar y renovar. Se trata, como digo, de la Misa. Y tengo la impresión de que aquí son muchas y difíciles las cosas a cambiar.

8.  La Misa no es un sacrificio.
Comienzo por lo principal. Está claro que en Occidente ha caído en desuso el ofrecimiento de sacrificios como un acto de culto. Pero, el sacrificio está presente en todas las religiones. Los cristianos no matan animales para ofrecerlos a Dios y expresar así el derecho que El tiene sobre la vida y la muerte. Los devotos, que encienden cirios y dejan caer monedas en las alcancías de ofrendas, no viven estos actos como acto ritual de sacrificio, aunque de hecho lo sea.
1.¿Qué es lo que caracteriza el sacrificio de culto.
El que ofrece el sacrificio a la Divinidad pretende ofrecerle un bien, en el caso de sacrificio de los animales mediante su destrucción y de ese modo satisfacer a la Divinidad y lograr recibir de ella lo que se le pide.  Grangearse su favor, hacerle intervenir en su provecho o aplacarle por crímenes cometidos. “Sacrificar es ofrecer algo a la Divinidad como don y, por consiguiente, perder lo que se ofrece,  pero siempre bajo el principio del do ut des, te doy par que tú me des,  es decir, para ganar algo, para recibir algo mejor que lo que se ha ofrecido o perdió. Y esto que es mejor es la ayuda de la Divinidad, su favor, su perdón”. (Roger Lenaers, Otro cristianismo es posible, Ed. Ab-yayala, , 2088, p. 186).
 (Un poco al estilo de lo que vemos hoy en nuestras sociedad: regalos a los que tienen poder para sobornarlos, corromperlos…).
2.Presupuestos que llevan a una práctica sacrificial.
  • Quien procede así con la Divinidad es porque cree que a Dios le falta algo y se lo quiere dar. ¿Le ofrecemos a Dios un sacrificio porque es ávido de cosas materiales: animales, oro, plata, joyas, vino, aceite, incienso, etc. o más bien  porque queremos demostrar su reconocimiento supremo dando o destruyendo en su honor lo que poseemos?.
  • Se parte de que el sacrificio de vidas humanas agrada a Dios, El da y quita la vida, y lo haría con pestes y desastres que son castigos. Entonces se le ofrecería la vida de otro ser humano para evitar que tome la propia vida, o se le ofrecería  la propia vida para salvar la de otros.
  • El sacrificio de expiación serviría para aplacar a un Dios que se siente enojado. 
  • Si Dios es justo y obra según razón y derecho, ¿qué es lo que lo que esperamos cuando le ofrecemos sacrificios de intercesión: que cambie, que revoque algo que no nos conviene, que se deje sobornar…?.
3. Resulta extraño que estas prácticas hayan calado en la cristiandad.
Es un hecho que durante milenios se ha procedido así en las religiones  con la Divinidad. Pero, resulta extraño que estas prácticas hayan calado en la comunidad cristiana, desde la imagen que Jesús nos da de Dios. 
Jesús fue crítico con el culto sacrificial: “Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13). “A pesar de ello, una manera de pensar y de hablar cercana a la sacrificial no sólo revivió con fuerza en la Iglesia y penetró toda la piedad, sino que se impuso como interpretación oficial y exclusiva incluso de la muerte de Jesús, así como del culto central de los cristianos, la Eucaristía.  Esta interpretación de la muerte en cruz de Jesús y de la Eucaristía creció  íntimamente unida con la tradición cristiana y por eso pretende ser valedera” (Idem, p. 189).
4.¿Qué queda , pues, y qué aceptamos  de la tradición?.
La muerte de Jesús no se la puede seguir interpretando como un sacrificio y menos como un sacrificio de expiación. El ajusticiamiento de Jesús no podemos verlo desde ese punto de vista y afortunadamente no lo ve así mucha de nuestra gente. Pero todavía se presenta la sangre de Jesús como un precio de rescate exigido por Dios.
Sabemos cuáles fueron las razones de la muerte de Jesús. El hizo el anuncio del Reino de Dios, por él vivió y por ser fiel a su misión, lo crucificaron. Dejemos a un lado definitivamente la idea de que pagó por nuestros pecados y que borró con su sangre la deuda contraída con Dios apaciguándole.
5. La Eucaristía no es el sacrifico de la cruz.
El concilio de Trento interpreta la Eucaristía como la representación del sacrificio de la cruz y aún hoy, en el mismo Vaticano II, se nos dice que Jesús está presente en sacrificio de la Misa:  Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el Sacrificio de la Misa (SC, 7). ”Los trabajos apostólicos  se ordenan a que todos participen en el Sacrificio y coman la cena del Señor” (Idem, 10). Orad, invita el sacerdote, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios Padre”.
 Pienso que con ser verdad que la Eucaristía tiene un puesto central en la vida de la Iglesia, lo es también que no encuentro punto de mayor urgencia y dificultad para su renovación. Apenas hay asunto importante que no lo acompañemos con la celebración de la Eucaristía. Y para muchas instituciones y personas la Eucaristía diaria se ha hecho imprescindible. No hace tantos años, ningún cura pensaba dejar de “decir su Misa” aunque anduviera  superapretado de tiempo y lo tuviera que hacer sólo. Era un estado de opinión colectiva, que nadie discutía. O mejor, sobre el que apenas nadie reflexionaba. La rutina y la uniformidad eran ley. Y, ante la celebración del sacrifico de la  Misa, todo pasaba a un segundo lugar.
6. Seguimos con la idea de la Misa como sacrificio.
¿Y hoy?. Las cosas no están del todo superadas. Hay una imagen precristiana de Dios que se agazapa detrás de la exigencia de las víctimas expiatorias. Estamos  desconectados de una  manera racional de pensar y de seguir las más congruentes interpretaciones exegético-teológicas de hoy y fácilmente se sigue cultivando la idea premoderna de la Misa como sacrificio.
Creo que debemos comenzar por abandonar el lenguaje de sacrificio tan presente en nuestra liturgia y hay que introducir otras interpretaciones más válidas y con otras palabras. Se puede. Debemos superar la idea de que la Eucaristía es la representación incruenta de del sacrificio de la cruz y que tiene un valor infinito. Si es una representación, no es un sacrificio verdadero. Y si es una representación, tampoco se lo vuelve a hacer presente, pues un hecho histórico es irrepetible. La muerte de Jesús ni se repite ni se la sustiuye.
En segundo lugar, la Eucaristía no es sacrificio porque ni hay víctima (la cual sería Jesús) ni Él es el sacerdote que la inmola (sería autinmolación)Jesús es víctima, ciertamente, pero “víctima de la alianza entre la razón de Estado romana y el odio de la casta sacerdotal judía”.
En tercer lugar, ¿cuál pudiera ser el sentido de repetir constantemente  un sacrificio de un valor infinito?. ¿Es de valor infinito y se limita a liberar las almas del purgatorio?. ¿En qué consistiría su eficacia infinita?.
Cuando decimos ofrecer este sacrificio a Dios, ¿qué es lo que sacrificamos o vamos a sacrificar?. ¿Cuál es el don ofrecido?. ¿Queremos reafirmar que es Jesús mismo quien se sacrifica y pedimos a Dios que lo acepte?. ¿Pero no lo aceptó ya?.  ¿Vamos a regalar algo a Dios cuandó El nos ha regalado todo?¿O somos nosotros los que nos ofrecemos sobre la patena de la oblación?Todo el ámbito semántico del sacrificio  se nos ha vaciado de contenido y tal lenguaje no puede ser auténtico”. (Roger Laeners).
7. Hablemos , pues, de la Eucaristía, pero desde otra interpretación.
   “La última Cena es el aspecto privilegiado en el que Jesús, ante la proximidad de su muerte, recapitula lo que ha sido su vida y lo que va a ser su crucifixión. En esa Cena se concentra y revela de manera excepcional el contenido salvador de toda su existencia: su amor al Padre y su compasión hacia los humanos, llevado hasta el extremo. Por eso es tan importante una celebración de la Eucaristía. En ella actualizamos la presencia de Jesús en medio de nosotros. Reproducir lo que él vivió  al término de su vida, plena e intensamente fiel al proyecto de su Padre, es la experiencia privilegiada que necesitamos para alimentar nuestro seguimiento a Jesús y nuestro trabajo para abrir caminos al Reino. Hemos de escuchar con más hondura el mandato de Jesús: “Haced esto en memoria mía(José Antonio Pagola).
        En la Eucaristía reiteramos, y lo recordamos, lo que Jesús nos encargó hacer. Al sentarnos en la mesa de la Eucaristía, el pan y el vino que se nos ofrece, es un recuerdo vivo, un memorial que se vuelve a hacer presente, creativamente eficaz, en quienes vivimos de esa memoria. Recordamos a alguien que fue capaz de revolucionar la historia, alguien que sedujo con su anuncio a millones y millones de seres humanos, alguien que demostró tener una talla humana única, y cuando lo recordamos se nos enciende el deseo de asemejarnos a Él de alguna manera.
             El “comer y el beber” es un medio que nos lleva al objetivo de recordarlo y percibir el influjo enriquecedor de su enseñanza y de su vida. Una Eucaristía, con la variedad de elementos que contiene, nos lleva a esta memoria de Jesús, a lo que El hizo y vivió, y por lo que murió, y esa memoria resulta inquietante, subversiva, comprometedora.
8. La Misa como precepto.
       La misa como precepto, de forma tan ritualista y repetitiva, no existió en los primeros siglos del cristianismo ni fue impuesta como precepto hasta el siglo IV y no por mandato de la Iglesia sino de emperadores. ¿No damos a veces la impresión de que seguimos orando a un Dios ajeno a nuestra historia y que, para sacarlo de su pasividad, debemos rogarle insistentemente mediante ritos, oraciones, sacrificios?. Como si Dios, ciertamente todopoderoso, necesitara ser persuadido y convencido.
          Hay toda una concepción religiosa mítica que olvida el significado de  la realidad creada y transfiere a Dios las responsabilidad del funcionamiento del mundo. Sin embargo, la injusticia, la desigualdad, la opresión de unos pueblos por otros, el machismo, el antifeminismo, la discriminación son resultado de nuestras decisiones humanas.
 La existencia de ricos y pobres no es efecto de la voluntad divina sino juego de nuestros intereses y voluntad de dominio. El mal no viene de Dios ni puede evitarlo, como no puede hacer un círculo-cuadrado. (Podría evitarlo “de potencia absoluta”). Los desajustes, los conflictos, los males son siempre nuestros, pues no somos perfectos ni damos más de nosotros mismos. El está siempre a nuestro lado como el anti-mal. Pero, lo mismo que hemos hecho un mundo con mal, podemos hacer otro sin-mal.  
     Dios Padre, el Dios de Jesús,  no necesita que le recordemos lo que tiene que hacer, no está fuera de nuestra vida ni de este mundo para que tengamos que llamarle, contarle lo que pasa y hacerle intervenir para que ponga remedio. Ese Dios -olvidadizo, descuidado, tapaajugueros- no es el Dios que Jesús nos ha revelado. Cuando en nuestras fiestas nos reunimos en la Misa, o cuando  rezamos el rosario, o hacemos  otras formas de oración, ¿a qué Dios rezamos?.
     Cuando a Jesús le preguntan sobre el modo de orar dice: “No seáis como los paganos que ponen su afán en esas cosas, ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de eso. Buscad que Él reine y eso se os dará por añadidura” (Lc 12, 31). “Cuando recéis, no seáis palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso. No seáis como ellos, que vuestro Padre sabe lo que os hace falta  antes de que vosotros se lo pidáis” (Mt 6,7). “No basta decirme:  ´Señor, Señor’ para entrar en el Reino de Dios; no, hay que poner por obra el designio de mi Padre del cielo”(Mt 7,21). “A los escribas y fariseos les encanta los asientos de honor en las sinagogas, que les hagan reverencias por la calles y les llamen ‘señor mío’. Vosotros no os dejéis llamar maestros, ni padres, ni directores” (Mt 23, 6-8). 
 Nuestro cambio en el modo de orar, supone un cambio de nuestra concepción de Dios. Seguimos fundamentalmente con la imagen de un Dios que, ante las limitaciones o problemas del hombre, tiene obligación de intervenir para resolverlas y,  si no lo hace,  ya no es Dios o no existe. Es un Dios que se justifica por las carencias o impotencias del hombre. Y, así, incurrimos en el error de tergiversar la  naturaleza de Dios, el cual no existe o deja de existir porque nosotros tengamos  problemas;  y  en el error de no aceptar la naturaleza del hombre que, como finita y libre, está expuesta  a fallos, carencias y contradicciones. Hay limitaciones naturales y hay otras -las más- que compete a nosotros aceptarlas o remediarlas. Y esa competencia no la puede suplir -no debe-  Dios, pues sería inmoral.
       Dios y el hombre deben relacionarse, pero ¿de qué manera?. Una de ellas es la oración. "Dios no es todo y el hombre nada. Dios no está arriba, como el todopoderoso y abajo  el hombre como absolutamente nada".  Pensar así es injuriar a Dios, quien se ha recreado en dotar al hombre con propiedades que le indican cómo tiene que desenvolverse.
La oración no sirve para eludir nuestra responsabilidad y cargarla sobre Dios. Dios no "bajará" a resolver el hambre, el analfabetismo, la pobreza, la marginación, la opresión o cualquier otra de nuestras necesidades, sino que nos ha hecho para que nosotros nos enfrentemos con ellas y tratemos de darles solución. Dios ha hecho lo que tenía que hacer, ahora toca a nosotros llevar a cabo la obra por Él comenzada. El está permanentemente activo en nosotros como origen y sustento de nuestro ser, no puede apartarse de nosotros -es más interior a nosotros que nosotros mismos- y precisamente por eso no coarta nuestra autonomía, ni la rebaja ni anula.
      La oración lo primero que nos pide, en este sentido, es no remandar a Dios lo que es responsabilidad nuestra. Eso sería una manera alienante de entender la trascendencia, provocadora al mismo tiempo de ateísmo.
       En la Misa hacemos memoria de Jesús y, con Él y como Él, tratamos de realizar juntos nuestro compromiso por la unidad, la justicia, la fraternidad, el amor, el cuidado por los más pobres. Y tomamos  aliento de la vida de tantos seguidores suyos, recordando su vida, testimonios y enseñanzas. En la oración, Dios está siempre dentro de nosotros, siempre de nuestro lado.
 Pienso honradamente que son muchas las misas que no están hechas desde esta óptica de participación y compromiso y desde una óptica de ausencia de responsabilidad y de automática esperanza en una asistencia de lo Alto.
Ciertamente Cristo está presente en la liturgia cristiana, nos asociamos a El para acoger su voluntad, colaborar con Él y darle gracias. Pero, nos dice el Concilio que, para  celebrar bien la liturgia, debemos escuchar la Palabra de Dios, convertirnos y cumplir lo que Él nos ha mandado. Sólo en la medida en que hagamos realidad el seguimiento de Jesús podremos celebrar dignamente la Cena del Señor.
 Una activa participación de los cristianos en la liturgia sirve para hacer de nuestra vida una ofrenda permanente en favor del amor y de la vida. Cuando el Concilio se propuso la reforma de la liturgia, era consciente de que en la Liturgia se habían adherido muchos elementos históricos inapropiados, y así trató de procurar una reforma que hiciera comprensible la liturgia al pueblo, para lo cual era prioritaria la educación litúrgica del clero. Y señaló como contrarias a esa reforma una pretendida uniformidad en la liturgia que no respetara las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos, la negación de variaciones y adaptaciones legítimas a cada lugar, así como que los cristianos asistieran a la Misa como extraños y  mudos espectadores.
  “En definitiva, como escribe el teólogo Andrés Torres Queiruga, se trata de que la teología cristiana en nuestro tiempo dé una vuelta completa al modo de concebir la relación de Dios cono nosotros. Dios no falla nunca, está siempre entre nosotros, nos ha creado y está creando por amor. Nosotros nos debatimos entre la respuesta y la pasividad, la acogida y el rechazo, entre dejarnos amar y salvar o cerrarnos en la apatía y perdernos en el egoísmo”.

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