domingo, 21 de abril de 2013

Enséñanos tus caminos, Señor


País abandonado, heredades desechas, desahucios…

¡cuanta carroña!, Señor, esas hienas sonriendo.
Los jóvenes se van; pero eso, ¿a quién le importa?

Señor, si te discuto, si te cuestiono, tú llevas la razón…
y, sin embargo, no quedo convencido: ¿Por qué prosperan los malvados, ay, y viven en la paz esos traidores?.

¿Hasta cuándo tus pobres harán duelo,
girarán esos buitres sobre ellos?

Instrúyeme en tus sendas,
Jesús, susúrrame al oído tu palabra.

Salgo a la calle: parados sempiternos;
entro en las iglesias: heridos incurables;
voy al hospital: muertos de espera.
Mis ojos se deshacen en lágrimas, día y noche,
por la terrible desgracia de mi pueblo,
mi pueblo obrero.

Hablan de mejoría, pero no hay bienestar,
y en vez de curación, delirio.
Instrúyeme en tus sendas, Jesús, susúrrame al oído tus palabras,
no permitas que mi corazón desfallezca.
Nunca hubo salvación en el dinero,
¡qué pronto lo olvidamos, nos vendimos…
burgueses asquerosos nos tornamos!.

Tú nunca nos dejaste, esperaste… sigues esperando
el retorno de tu hijo pródigo.
("Jer.14,17-22". Alvar Miralles).

El texto expuesto no es textualmente el del profeta Jeremías, pero sí es actualización del mismo. Jeremías quería transmitir con su predicación la gran contradicción entre el "Plan de Dios" y lo que "los seres humanos hacemos con ese Plan".
¿Qué tiene esto que ver con nosotros?.
Viendo la realidad que nos toca vivir nos podemos preguntar lo que Alvar Miralles se plantea; si vemos cómo se ríen del pueblo humilde los grandes potentados y grandes estafadores... podemos preguntarnos como Alvar "¿cómo es posible que puedan prosperar mientras los pobres y el pueblo sencillo sufren lo indecible?".
Todos clamamos justicia... pero la justicia que hacemos los seres humanos no se parece apenas a la que hace o propone Dios...; pero no le hacemos caso y por eso van las cosas como van.
Tratamos de obtener la salvación de nuestras vidas por los mismos métodos que los opresores, ladrones y mentirosos y, así, nunca hallaremos la verdadera justicia ni con nosotros mismos ni con los demás.
Necesitamos volver a Dios, como el hijo pródigo, ESCUCHAR realmente su Palabra y llevarla a la práctica para vivir la verdadera justicia.

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